Ese oasis en la madrugada

 

Hoy he recordado mi adolescencia. Pero no un momento bonito, sino uno de no poder más. Con 14 años sufrí ansiedad, depresión y emetofobia (miedo a vomitar. Lo sé, parece una gilipollez pero juro que es agónico). Como es lógico, mis amigos de entonces no comprendían lo que me sucedía, les parecía mentira. Y no les culpo, pues a esa edad no esperas enfrentarte a esas cosas, y tu mente no te deja comprenderlas. Pero lo que me hizo pasarlo peor fue que ni siquiera mi familia comprendía lo que me sucedía. Yo era una cría, y para mí todo era confuso. Pero ellos eran adultos y aun así se creían que lo fingía por no ir a clase. Ains.. no saben que hubiese dado lo que fuese por poder ir a clase y estar normal, porque me lo pasaba bien con mis compañeros, y quería aprender. Pero mi mente no me dejaba, estaba en otro punto. Hoy no quiero entrar en más detalles sobre esto, porque lo que quiero compartir es cómo mi mente intentaba huir de sí misma, cómo no me sentía a gusto en mi cuerpo ni en mi casa por sentirme incomprendida, y mi solución cuando no podía más era irme al balcón a ver amanecer. Eso era una de las pocas cosas que me traían paz. Me sentaba en el suelo del estrecho balcón, y miraba el cielo. Veía como por un lado seguía completamente oscuro, mientras que el otro se teñía de naranjas y amarillos. Esa dualidad de colores que tenía el cielo a horas muy concretas me hacía sentir bien, me sentía comprendida, sentía cómo el cielo, en ese preciso momento en el que la mitad era todo oscuridad y la otra mitad destellos de luz todavía muy sutiles, reflejaba mi interior. Hasta que me quedaba dormida. Sí, sí, en el suelo del balcón. Por lo general soy una persona a la que le cuesta dormir, pero ahí, agotada de toda una noche de ansiedad y desesperación, tras sentirme al fin algo reflejada, encontraba la paz y caía rendida. Mi madre me recogía por las mañanas, bastante enfurecida, diciendo que era peligroso porque me podía dar una insolación o algo. Pero yo me despertaba, iba a mi cama, e intentaba seguir durmiendo allí, no siempre fructuosamente. Y cada madrugada intentaba resistirme, porque no quería que me echasen la bronca otra vez. Pero no podía evitar ir al único sitio donde sentía algo de paz, a esas horas tan concretas. Me daba igual la insolación, el frío, el calor, lo que sea.. yo lo único que quería era sentirme abrazada y consolada, en una situación prematura que no entendía, en un momento de máxima soledad interior.

 

Si te gustó, echa un vistazo a estas otras reflexiones:

 Ni el tiempo hace que deje de doler

 Tormenta mental

 Dulce danza interna

 

[Texto e imagen propias protegidas con derechos. Cualquier copia sin autorización se considerará un delito. Si ves este contenido en otras personas, te ruego te pongas en contacto conmigo. ¡Muchas gracias!]

Comentarios